Mi travesía para ser un Hermano de María

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El Hermano Brian Halderman, S.M. con amigos y familia que asistieron a la celebración de sus votos definitivos en 2008.

El Hermano Brian Halderman, S.M. con amigos y familia que asistieron a la celebración de sus votos definitivos en 2008.

Lo recuerdo como si fuese ayer: Día de ingreso para los estudiantes de primer año en la Universidad de Dayton.  Era un día lleno de expectativas y nervioso entusiasmo por todo lo que iba a suceder en mi carrera universitaria.  Había algo singular en la universidad que me atrajo allí, un espíritu de familia que no tenía comparación con ningún otro que yo hubiera experimentado en ambientes educativos anteriores.  Yo sabía que este sería un lugar que iba a enriquecer mi alma y mi mente con nuevas ideas y revelaciones con respecto a mi fe y al mundo en que la aplicaría.

Cuando entré a Stuart Hall arrastrando una bolsa de ropa, me saludó con una cálida sonrisa y una mano extendida:  “Bienvenido a U.D.  Soy el Hermano Tom.  ¿De dónde eres?”  Intercambiamos saludos y expliqué que era de Kentucky, y también  lo era el Hermano Tom.  Así empezó una relación única que me retaría a explorar el llamado de Dios en mi vida al servicio de la iglesia.

Hubo muchas conversaciones más con el Hermano Tom, algunas en el contexto de pequeñas comunidades de fe en la capilla de Stuart Hall y otros intercambios uno a uno acerca del sacerdocio y la vida religiosa.  Con el tiempo, el Hermano Tom me invitó a la comunidad Marianista, para asistir a misa y a la comida, y eso inició un largo camino para discernir la vida religiosa Marianista.

Un viaje de relaciones
Mi pasaje a ser un hermano religioso tuvo que ver, en primer lugar, con las relaciones.  Estoy convencido de que el Espíritu Santo estaba trabajando, trayendo personas dentro y fuera de mi vida, que me desafiaron a pensar más allá de mí mismo y a ver que podía usar mis dones y talento al servicio del evangelio.

Estaba el Padre Britt, un pastor asociado en mi parroquia, quien sutilmente alentaba mi exploración del sacerdocio cuando yo era un acólito en la escuela primaria.  Había muchas voces entre los feligreses que me urgían a investigar esta opción de vida después de haber sido testigos de mi compromiso con la juventud y las actividades litúrgicas en la parroquia, como también de otras tareas.  Estas relaciones y estímulos del Espíritu me condujeron en una travesía para buscar la mejor manera de servir a los otros.

A medida que desarrollaba una relación con los hermanos y sacerdotes Marianistas como estudiante en la Universidad de Dayton, se me hizo claro que esta vida podía ser una opción real para mí.  Nunca antes de esta experiencia había considerado seriamente la vida religiosa, probablemente porque no estaba realmente seguro de cómo sería.  Por primera vez me invitaron a ver por mí mismo la vida dentro de la comunidad.

Vi cómo se querían y se cuidaban mutuamente los hermanos, cómo celebraban los días festivos y los cumpleaños juntos.  Presencié desacuerdos en la mesa de la comida y no obstante una voluntad de quedarse y mantener el diálogo.  Observé una vida de oración comunitaria que era rica y claramente significativa para los miembros de la comunidad.  Vi alborozo y camaradería entre los hermanos, que me ayudaron a comprender que eran humanos como yo, y no gente desconectada o fuera de contacto con el mundo que los rodeaba.  Todas estas observaciones me llevaron a creer que algún día yo también podría ser hermano religioso.

Después de cuatro años de discernimiento como estudiante universitario, una convivencia de seis meses con una de las comunidades, y algunos años trabajando en una oficina diocesana de educación religiosa, finalmente me decidí a ingresar formalmente al noviciado con la Sociedad de María (Marianistas).  En total fue un proceso de siete años de crear relaciones y aceptar una vocación que me llevó un tiempo admitir que era real y no se apartaba de mi.

Una vocación clara y plena
A medida que aprendía más de la historia de la iglesia, la vida consagrada, y el carisma de la comunidad, se volvió más definido para mí el claro papel del hermano religioso dentro de la iglesia.  Es una vocación que a menudo es relegada a un segundo plano por el sacerdocio y mal comprendida tanto por el clero como por los laicos.  Ya perdí la cuenta de las veces que me han preguntado, “Entonces, ¿vas a seguir hasta el final?—queriendo decir:  “¿No es que un hermano está en camino a ser ordenado sacerdote?

En México, el Hermano Brian Halderman, S.M., ayuda a preparar pimientos rellenos con el Hermano Ed Longbottom, S.M. para la comunidad de Puebla.

En México, el Hermano Brian Halderman, S.M., ayuda a preparar pimientos rellenos con el Hermano Ed Longbottom, S.M. para la comunidad de Puebla.

En algunas épocas en la historia de la iglesia, un joven a quien no le iba bien en los estudios del seminario se quedaba “atascado” en la vocación de ser hermano.  A menudo esa es la visión equivocada de esta vocación.  Sin embargo, la plenitud de esta vocación definida está manifiesta de tantas maneras maravillosas a lo largo de la vida de la iglesia.  No necesitamos buscar muy lejos para encontrar modelos de la vocación de hermano.  Estaban Antonio de Egipto, el ermitaño del desierto; Benito de Nursia, el fundador del monacato en el mundo occidental; y por supuesto, Francisco de Asís.  Todos dieron testimonio de vida consagrada, algunos más contemplativamente que otros, pero todos ellos ayudaron a dar forma a la vocación de hermano.

Como alguien que profesa los “consejos evangélicos” de pobreza, castidad y obediencia, hago un firme compromiso con Dios y con la iglesia de estar al servicio de la gente.  Este servicio se manifiesta en el carisma de la comunidad Marianista, que pide a los hermanos que profesen un cuarto voto en el momento de la profesión perpetua:  estabilidad.  Esa estabilidad no quiere decir quedarse con un monasterio en particular, como sucede en la tradición Benedictina, sino que es un compromiso de por vida para cumplir la misión de María, Madre de Dios, de dar a luz a Cristo para el mundo.

Esta vocación nos llama a conocer, amar y servir a la Madre de Dios de tal manera que conduzca a otros hacia Jesús.  Los senderos de los ministerios de los hermanos religiosos son muy variados.  Una buena cantidad de nosotros somos maestros y profesores, algunos son trabajadores sociales y asesores, otros sirven en las profesiones de atención de la salud o legales.  Respondemos donde la iglesia y el pueblo de Dios nos necesitan.

 Lo que hacemos no es tan importante como la manera en que lo hacemos y el testimonio que ofrecemos de esta vocación particular.  Uno de los hermanos me explicó una vez que “como hermanos adoptamos una forma de amar—amplia y profundamente—y buscamos a Dios de una forma que es tan rara en su ordinariedad como mística en su poder.  “La medida de nuestro amor,” continuó, “el motivo de nuestra vida, el misterio de la gracia de Dios siempre está frente a nosotros, de una u otra forma, a través de nuestras prácticas diarias comunes, a veces tediosas, en la comunidad o el ministerio.”  Eso me pareció lógico:  Esta vida tiene que ver con buscar a Dios en todo lo que hago a través de un sendero de relaciones amorosas que pone de manifiesto el reino de Dios.

Todos somos hermanos
En la comunidad Marianista todos ingresamos como “hermano,” y en el momento de la profesión perpetua podemos pedir estudios de seminario, si así lo deseamos.  Después de un discernimiento personal y comunitario, uno puede tener la oportunidad de estudiar para el sacerdocio.  Nuestros hermanos son ordenados, en primer lugar, para el servicio sacramental a la comunidad y sólo posteriormente tienen funciones sacerdotales para la iglesia en general.

Muchos de nuestros miembros ordenados se llaman a sí mismos “hermano ordenado.”  No hacemos grandes diferencias entre hermanos y sacerdotes y llevamos una vida de equidad en comunidad.  Somos una entre unas pocas órdenes religiosas de la iglesia que tiene el derecho de elegir hermanos para los puestos directivos de superiores y provinciales en nuestras comunidades.  Nuestro discipulado de iguales es un tesoro sumamente valioso en nuestra tradición y me hace apreciar aún más mi papel de hermano en la comunidad.  No hay rangos en la comunidad Marianista, solamente un rol de servicio diferente.  “Los miembros sacerdotes y religiosos laicos, forman una sola familia” (de la Regla de Vida Marianista, art.1).


Conoce más acerca de la hermandad religiosa

ReligiousBrotherhood.com: Hermandad Religiosa: Una Expresión Consagrada de la Vida del Evangelio

TodaysBrother.com: Conferencia de Hermanos Religiosos

Para saber más sobre la Sociedad de María (Marianistas): Visita Marianist.com, o lee su descripción en las ediciones impresa y digital de VISIÓN.

Mi vida como Hermano de María—un tratamiento usado frecuentemente para identificar a un miembro de la comunidad religiosa Marianista—está estrechamente vinculada con mi relación con María, la Madre de Jesús.  Ella es nuestro modelo de discípulo y el testimonio radical de decir a los designios de Dios para nuestras vidas.  En la Anunciación ella afirmó:  “Hágase en mí según tu palabra.”  Ella se sometió plenamente a la voluntad de Dios.  Ése es llamado para mí como hermano religioso Marianista:  someterme a la voluntad de Dios en mi vida.  Decir cada día a la misión que anima mi vida.

Existen muchos ejemplos de cómo María inspira y enriquece mi vocación, pero en el centro de esta inspiración está su abnegado y humilde servicio a Dios— ¡ella fue quien llevó a Dios en su seno y dio a luz a Cristo para el mundo, para que pudiésemos tener vida, y vida abundante!  Y recién he empezado a comprender la magnitud y el poder del de María y las repercusiones que tiene en mi propio trayecto de vida de hermandad Marianista.

Una elección y un compromiso
Rezo cada día para vivir mi vocación con fidelidad a la misión de la iglesia y a la visión del Beato Guillermo José Chaminade, el fundador de la familia Marianista.  A menudo me preguntan por qué elegí esta vida y qué me mantiene en ella.  Algunos días lo tengo más claro que otros,

pero el centro de mi respuesta está en lo más profundo de mi corazón.  Tengo en mi corazón el anhelo de dar servicio a través de relaciones amorosas que comparten el poder sanador de Cristo con todas las personas que encuentro, y hacerlo con el espíritu de María, un espíritu amable, humilde y compasivo que es firme y comprometido, en sus palabras en Cana en el Evangelio de Juan, a “hacer todo lo que él te diga.”

La vida religiosa es libremente elegida y te lleva a examinar constantemente tus motivaciones y deseos.  Te llama a ser responsable y a un profundo compromiso de ser una presencia de amor para los demás.  Me quedo porque es aquí, en el servicio del pueblo de Dios, donde he llegado a saber lo que significa verdaderamente amar.

El Hermano Brian Halderman, S.M.El Hermano Brian Halderman, S.M. es miembro de la Sociedad de María hace ocho años y actualmente es ministro de la universidad para la justicia social y profesor adjunto de sociología en la Universidad de St. Mary en San Antonio, Texas.

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